El ataque al semanario Charlie hebdo del pasado día 7 de enero ha asombrado al mundo entero. Sentimientos como miedo, incomprensión o rabia están presentes entre la sociedad occidental. Con ello, cantidad de periodistas, escritores, blogueros, personalidades conocidas o personas anónimas están mostrando su opinión.
En el siglo XXI, en el que vivimos, es bastante fácil, gracias a la libertad de expresión y a las redes sociales, hacer llegar tus ideas a propios y extraños. De la misma forma que la revista francesa podía publicar libremente sus dibujos o que cualquiera los puede criticar. Este derecho ha costado muchos años y vidas y es importante defenderlo, pero siempre desde las palabras y la paz.
De esta forma, estos días he podido leer y escuchar bastantes opiniones de muy diferente calado, unas serias y fundadas y otras algo más peregrinas. Pero la mayoría castigando el ataque a la revista satírica francesa.
Me voy a permitir comentar concretamente dos, que por diversas razones me han llamado la atención.
Por una parte el conocido actor Willy Toledo, asiduo a las opiniones que aterrizan en lo políticamente no correcto. Como siempre, ha causado bastante revuelo.
En su caso, sus palabras podían llegar a entender el porqué del ataque, relacionándolo con la presión y la violencia silenciosa gestionadas desde el Pentágono y otros grupos de poder, hacia pueblos, de alguna forma, sometidos.
Ha nadie sorprendemos cuando entendemos que ciertos países poderosos del mundo actúan con violencia sobre pueblos y estados enteros con fines simplemente económicos. Pero creo que no es el momento de reclamarlo. Podemos entender el fondo pero no las formas.
En mi opinión hay que dejar que se entierre a los muertos, hacer fuerza común con el mundo que no acompaña a la violencia y en unos días continuar nuestra campaña de defensa de las libertades, siguiendo nuestro propio criterio. Que no es más que lo que hacemos todos los que queremos un mundo mejor, de la mejor forma que sabemos.
El otro caso lo encontré por Facebook. Un amigo compartió el enlace del blog de un escritor. Estaba en contra de la frase que se ha convertido en eslogan, Je suis Charlie. Defiende, de forma velada, que los asesinados lo son porque escriben y dibujan sobre ciertos temas hirientes. Por más que diga expresamente que condena los asesinatos, sus palabras vienen a decir que ellos se lo han buscado.
Gran error respetado escritor. La muerte de estas doce personas no se produce por su bajeza moral, tampoco por que dibujen mejor o peor para tu gusto, para el mío o para aquellos que compran la publicación. Su asesinato se produce por que hacen uso de su libertad de expresión, simplemente eso.
No estamos hablando de pancartas en la puerta o de unos cristales rotos, acto por otra parte igualmente reprobable. Hablamos de entrar armados y asesinar a todo aquel que se puso por delante, sólo por decir algo que estaba en contra de su concepto mental.
Ruego a este escritor use mejor el prisma con el que mira la realidad. Otro día podemos escribir, desde nuestra libertad de expresión, sobre que publicaciones nos gustan o no. Igualmente de la calidad del trazo pictórico. Aspectos en los cuales probablemente estemos de acuerdo. Pero en el mundo civilizado en el que vivimos debemos condenar categóricamente los atentados sin mostrar medias tintas.
Además, si me permite un último apunte, cualquier persona que escribe públicamente cualquier cosa o que practica libremente cualquier religión o no, corre verdadero riesgo frente a los fanáticos, ya sean religiosos, políticos o nacionalistas. Pues con su misma vida y palabras, está atacando la cerrada visión de la vida y la muerte, de Dios y del mundo que defienden los fundamentalistas. Y justo ahí compartimos muchas cosas con los fallecidos.
En los dos ejemplos que comento esta presente en el fondo la idea de la propia búsqueda de la muerte, occidente por lo que hace y la revista por lo que publica. Si esto es así, no hemos comprendido lo que significa la democracia. Defender y criticar con las ideas y la palabra, dejando atrás la violencia.
La quijada que usó Caín sobre Abel nos sigue pesando demasiado.