sábado, 16 de febrero de 2008

Y vio Dios que era bueno (Gn. 1, 25)

En la actualidad no dejamos de escuchar noticias en relación a la situación que vive el medio ambiente. La destrucción de la capa de ozono ya es un hecho patente, tanto por el agujero de los polos como por las quemaduras veraniegas, que vivimos en nuestra propia piel y que son más peligrosas cada año. La contaminación de las aguas, la cantidad de basuras que producen las grandes ciudades, y los gases de las factorías y coches que se traducen en el efecto invernadero son resultados patentes de la mala gestión que estamos haciendo de aquello que Dios nos dio para “someter y dominar”.
A primera vista esas palabras son claras, la Tierra es nuestra y podemos hacer de ella lo que queramos en el intento de mejorar nuestra vida diaria. Con ello hemos creído tener carta blanca para agotar recursos, animales, destruir ecosistemas, pero esa no era la pretensión inicial del creador.
Dios, pensando en el hombre, al que hizo a su imagen y semejanza, dedicó toda una semana de trabajo, le construyó un verdadero hogar, así lo explica el inicio del Génesis.
El Padre se esmera en una casa para el Hombre y la llena con los medios para poder sobrevivir cómodamente cada día de nuestra vida.
Pero su regalo es con una condición: que seamos responsables de su obra, que cuidemos de todo lo que nos da como si nos fuera la vida en ello, y en realidad es así.
Necesitamos a los animales y a las plantas para poder comer, necesitamos la naturaleza para descansar, pasear y deleitarnos con las grandes obras que hizo el Señor en este impresionante planeta.
Dios nos pide que cuidemos la naturaleza que nos ha regalado y eso empieza desde el papel del bocadillo, de la lata de refresco y del paquete de golosinas que no deberíamos tirar al suelo.
Él nos dio todo lo que necesitamos, fue responsable de sus obras, ¿lo seremos nosotros?

(Artículo escrito para la revista "A pie de árbol", Junio 2007)

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